Prueba de confianza.

El otro día, casi en broma, un amigo me preguntó si confiaba en Fulano.

Fulano, llamémoslo símplemente así, es un joven político de renombre, uno de los que se codean con los meros gallos, una de las estrellas ascendentes en el cielo político de mi ciudad.

¿Es en serio? Le pregunté
Sí. ¿Tú crees que Fulano es digno de confianza?

Miré a todos lados y como nadie nos veía le contesté: Depende de lo que entiendas por confianza. Si me preguntas que si creo que está comprometido a mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, creo que no. Si me preguntas que si creo que obedece a la autoridad de su jefe, quién quiera que este sea, creo que sí. Si me preguntas que si creo que pone los intereses de La Nación antes que los suyos o los de El Partido, para nada.

Y es que Fulano, concluí, es un político.

Tienes razón, me dijo mi amigo muy serio … supongo que es muy confiable para su jefe quien quiera que este sea, aunque … igual Tata Lázaro se veía bien confiable desde la silla de Calles, pero ya ves cómo le pagó.

Yo me quedé pensando que la única manera de que yo confíe en un político sería que con sus actos de gobierno demostrara que lo que verdaderamente le interesa es mejorar la calidad de vida del pueblo y que sabe cómo hacerlo.

¿Hay algún político confiable? Pue que uno o dos, pero yo no metería la mano al fuego por ninguno … y es que si los partidos políticos no producen políticos confiables, que es lo que deberían hacer según yo, los ciudadanos tenemos que tomar acción (nacional, estatal o familiar) y formar más y mejores ciudadanos.

Así, formando buenos ciudadanos, poco a poco dejaríamos de necesitar a los políticos.
Es como decir que si los ciudadanos nos ocupáramos de hacer política de la buena, los políticos profesionales se quedarían sin chamba y sin hueso.

Pero no es tan fácil, porque no basta con decir que la política se nos corrompió entre las manos. Habría que saber cuál es el tipo de política que sí hay que hacer … y luego, hacerla.